Hoy he estado en un intensivo de árabe-flamenco impartido por Mónica Tello. Antes de hacer una reseña (hoy mismo sería demasiado precipitado), os voy a contar una cosa que también sirve como introducción a la reseña del intensivo de crótalos que haré mañana. Las que sepáis sobre flamenco me perdonaréis la introducción muy básica para lectores que no lo conozcan.
Se habla de flamenco, pero se suele entender que hay "palos". Cada palo es un estilo distinto en su origen (una ciudad u otra), en su ritmo, y en su personalidad. Si se cantan, tienen un tipo de letra, de poema, particular. El baile está definido por la "personalidad" del baile; por ejemplo, las bulerías, la rumba, o las alegrías son bailes alegres y puede decirse que muy femeninos y seductores. Exactamente igual que nos pasa en oriental, donde por ejemplo el ritmo saidi te pide una cosa y el masmoudi, otra.
Yo fui a la escuela en Huelva (para las que no sois españolas, una pequeña ciudad industrial en el sur). Un pasatiempo muy habitual en el recreo entre los más mayorcitos, los de 10 a 13 años, era todo un ritual. Dos niños se ponían frente a frente, unían sus manos como para rezar pero con los dedos hacia adelante, tocaban las puntas de los dedos con su amigo, y se ponían a tocar cada uno un ritmo, daba igual cuál. Al cabo de unos cuantos compases, a veces minutos, sus ritmos se acercaban, se acercaban progresivamente, hasta que los dos acababan tocando sevillanas, y se mantenían ahí sincronizados un rato. Era algo digno de verse, la concentración y al mismo tiempo el disfrute de aquellos pequeños salvajes.
A mí nunca, nunca, se me pasó por la cabeza intentar siquiera jugar a sincronizar ritmos. Era una de tantas cosas para las que yo misma me había colgado la etiqueta "yo para esto no valgo".
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